De Bogotá 39 al frapuchino Unicorn


Esta es la entrevista por escrito que me hizo Reporte Índigo a propósito del grupo y antología Bogotá 39, y de la cual sólo usaron unas frases mías para contrastar con las de otros. Reproduzco aquí la versión completa con mis opiniones.


¿Crees que listados como el publicado por el Hay Festival están amafiados por las editoriales?

Yo no lo pondría en esas palabras. Eso sería calumniarlas. Pero analicemos, por ejemplo, el caso de la selección de autores y autoras mexicanas. Te darás cuenta de que su obra pertenece exclusivamente a dos editoriales: la multinacional Random House Mondadori y Sexto Piso. Y el único autor de un sello independiente resulta ser ¡el editor de Sexto Piso!, incluido ahora como autor (y, a su vez, la editora de ese editor de Sexto Piso en Sur+ también forma parte de esta selección). Pensemos sin sospecha y supongamos que fue una afortunada coincidencia y confluencia de grandes talentos.

¿Te molesta el resultado por cómo se toman solamente autores de la capital o porque consideras que no hay una pluralidad incluyente?
No me molesta ni me quita el sueño. Los defensores del centralismo me podrían dar el viejo contra argumento colonial para este tipo de criterios excluyentes de selección: “¡Enséñanos dónde está entonces el Tólstoi zulú!”. Y no lo hallarán jamás, porque Tólstoi es una creación de Occidente, una creación colonial. Así, los escritores chilangos “cosmopolitas” son los que encajan en ese molde que los capitales editoriales buscan. Por eso no hallarán Tólstois zulú, ni indígenas en general, en sus antologías.

Primero: El gran error es creer que esto es un asunto personal. Se desarticula toda crítica contra un sistema de prácticas centralistas por considerarla personal y se cierra el diálogo. Perdemos de vista de qué se trata. Es un asunto de capitalismo editorial. El Hay Festival es un negocio con franquicias de millones de dólares por todo el mundo. 

Segundo: Seamos bien pensados de nuevo y digamos que todo fue una feliz coincidencia, que los siete autores mexicanos seleccionados son de pura casualidad de la misma ciudad que centraliza los recursos del país —la marca ciudad CdMx—, que por pura casualidad son hijos e hijas de funcionarios o de la élite, que son criollos, que se han formado en las metrópolis del mundo o que viven en ellas, que acudieron al mismo par de escuelas de élite y que han publicado o trabajado por mera casualidad para Enrique Krauze en Letras Libres o en la editorial Clío. Digamos que sólo fue eso. Casualidades. Que no son privilegios de castas, sino otra gran confluencia de circunstancias de vida y de talentos de ésas que abundan a diario en este país.

¿Qué habría sido necesario para que este listado hubiera sido justo?
Es que no es cuestión de justicia. Es un negocio. Y, como en todo asunto de negocios, la justicia es algo accesorio, estorboso. Como todo negocio en la Era Starbucks, lo harán pasar como socialmente responsable, eso sí: el costo por la mercancía ya lleva incluida la tranquilidad de tu conciencia. Por eso dirán que, más que justo, es una selección “equitativa”. Las nuevas prácticas coloniales y multiculturalistas —igual que Starbucks—, ya llevan cuotas extra para simular que son incluyentes: cuota de género, cuota indígena, etcétera. Pondrán a un escritor mixteco de vez en cuando en sus listas para desactivar la crítica. Pondrán paridad o una mayoría de mujeres para simular equidad, sin importar que esas mujeres escriban artículos sobre los largos bostezos que les provocan las protestas contra la misoginia en un país bañado en la sangre de los feminicidios cotidianos. Eso. Una simulación. No esperaba más.

Creo, con Edward Said, que la narrativa más interesante de la actualidad no está en los Hay Festivals, ni en el Colegio Madrid, ni en la zona Roma-Condesa, ni en Nueva York, sino en lo que él llama las zonas que dan el tono potente de la resistencia. Escuchemos las voces de las mujeres en lucha, de las mujeres periodistas mexicanas que arriesgan la vida por un texto, de las mujeres zapatistas, de las mujeres de los desaparecidos y asesinados de la guerra. Esas son las voces que realmente sacuden y que incomodan a los poderosos, porque no son “bonitas” ni “sofisticadas”, y que, por tanto, jamás estarán en una antología oficialista como México 20 —de la que, por cierto, ninguno de estos autores antologados se deslindó al conocerse los criterios corruptos bajo los que se llevó a cabo la selección con dinero público— ni en Bogotá 39.



¿La cultura es clasista actualmente? ¿Este listado es un reflejo de eso?
No lo diré yo. Dejemos que hablen los argumentos y criterios de evaluación para esta selección de los que parece que partió una de sus tres juezas, la escritora mexicana Carmen Boullosa, en una entrevista concedida al diario El País
  1. “Han leído mucho”: la CdMx concentra el mayor número de librerías y bibliotecas con mayor índice de volúmenes por habitante. A diferencia, digamos, de Guerrero, Chiapas o de Oaxaca, donde ocurre lo opuesto y cunde todavía el analfabetismo y la pobreza alimentaria.
  2. “Han viajado, han estudiado en el extranjero”: en países pobres con condición de colonialismo interno como México, diría Pablo González Casanova, el anhelo de la metrópoli es un anhelo clasista y se ve como la consecución de un estatus superior. Todo lo que venga de las metrópolis, bajo ese concepto colonial, se considerará siempre superior, mejor. Lo local adquiere entonces una calidad racial, cultural y ontológica de segunda clase.
  3. “Tienen una prosa eficaz y sofisticada”: ¡la eficacia y la sofisticación son valores empresariales, neoliberales, nunca criterios estéticos! Bonitos y vacíos de nutrimentos como un frapuchino Unicorn para ser exportados a 20 países, listos para la globalización.
  4. “Una aspiración cosmopolita y universal”: la supuesta universalidad y cosmopolitismo no son sino la imposición de valores occidentales hegemónicos y homogéneos, patriarcales, que silencian y subordinan con su dominación a todo lo no-occidental. Pero ese supuesto “cosmopolitismo” clasista y hasta racista que argumenta la jueza, no consiste en otra cosa más que en nacer con dinero de sobra para viajar por el mundo y poder tomarte unos tragos con las personas adecuadas para hacer networking con tu carrera. ¿Cuántas personas en México pueden hacer eso?
En resumen, bajo estos criterios clasistas y elitistas, autores como Rulfo, huérfano, sin parientes diplomáticos, que no viajó por el mundo, que no nació en la CdMx, y que sólo escribía de su pequeño pueblo, no tendrían cabida en la literatura mexicana actual. 

Alguno de estos siete autores mexicanos llegó a decir que estar en estas listas es cuestión de “suerte”. ¡Suerte es lo que se necesita en la lotería genética en un país pobre como México para tener los privilegios que tiene ellos para llegar a esas listas! Te diré lo que sí es “suerte”: heredar capitales culturales, capitales simbólicos, capitales económicos.

No es una crítica personal, es una fuerte queja y una crítica dura al sistema de criterios de exclusión-inclusión, de autorización-desautorización, que ha tenido secuestrada a la literatura mexicana durante décadas. 

Basta ya.

¿Debemos prestarle realmente atención al listado publicado por el Hay Festival?
No.

El espectador o lector común ¿qué está perdiendo de vista con esta controversia?
Se están inculcando valores erróneos en los nuevos lectores y, sobre todo, en los aspirantes a escritores. Valores de editorialismo capitalista centralizado. Es una tristeza. Si se toman al pie de la letra esta selección, creerán que ser escritor en México es callar respecto a las decenas de miles de muertos de la guerra, los miles de desaparecidos y los miles de feminicidios que nos asuelan. Creerán que ser escritor en México es vivir en la colonia Roma de la CdMx, escribir “bonito” y “sofisticado”, hablando bajito desde las grandes ciudades del extranjero, escribir sin molestar a nadie. 

Hubiera preferido a un grupo de escritores y escritoras mexicanos que denunciaran esas prácticas de poder y, más aún, que las desmantelaran de una vez y para siempre. Pero eso, claro, a diferencia de un frapuchino Unicorn, es algo que nadie quiere comprar.